miércoles, 17 de diciembre de 2008

224 - REFUGIADOS ÁRABES Y SU HISTORIA REAL



LOS REFUGIADOS ÁRABES DE 1948


Por ANDRÉS


La consecuencia secundaria de la Guerra de Independencia de Israel sobre la que mayor publicidad se ha hecho ha sido el problema de los refugiados árabes de Palestina, el cual ha pasado a ser el arma política más poderosa del arsenal árabe.

Los árabes han puesto un empeño extraordinario en describir el pleito de esas víctimas de la guerra y por lograr que los campos de refugiados funcionen de una manera modélica, a fin de mostrar a los ojos del mundo la “crueldad judía”. Ciertamente, todo el que visite a esos desgraciados seres se sentirá conmovido por su problema.

Los árabes desearían convencer al mundo de que el problema de los refugiados de Palestina es único. Nada más alejado de la verdad. Todas las guerras que ha movido el hombre han dejado personas desplazadas, sin hogar, refugiadas. En Europa y en Asia, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el número de desplazados ascienden a más de cien millones de seres humanos (pero afortunadamente a ellos no los convirtieron en un problema eterno y los reasentaron rápidamente en nuevos territorios), por evitar nombrar la enormidad de conflictos que sucedieron en el África y que aún continúan. Es ello una consecuencia insoslayable de la guerra. Lo inmoral, en todo caso, no es el hecho de que haya desplazados en un conflicto bélico, sino que exista la guerra en sí misma.

Pero si los dirigentes árabes hubiesen obedecido en su momento la decisión del Alto Tribunal Internacional y se hubieran atenido a la ley, el problema de los refugiados árabes no habría existido nunca. Estos resultados fueron el fruto directo de una guerra de agresión promovida por los árabes con objeto de destruir al pueblo de Israel en aquel entonces.

El problema de los refugiados de Palestina lo han creado los árabes mismos.


Después de tener lugar, en noviembre de 1947, la votación de las Naciones Unidas en que se decidió partir el suelo del Mandato Británico de Palestina en dos países independientes (uno para los judíos y otro para los árabes), el Yishuv (comunidad judía palestina) suplicó a los árabes que vivían en la parte que se le adjudicó al Estado judío que adoptasen una actitud pacífica, amistosa y de respeto para los derechos irrebatibles del pueblo judío.

A pesar de estar sufriendo entonces una agresión alevosa, el Estado de Israel, en su Declaración de Independencia, tendió la mano cordialmente a sus vecinos árabes, aún en aquel momento en que éstos violaban sus fronteras con fuerzas irregulares y ejércitos invasores.

Los árabes respondieron a esta actitud de respeto a la ley y al ofrecimiento de buena amistad, pregonando en voz alta su intención de asesinar a todo el pueblo judío y destruir al Estado de Israel, comparando lo que tenían pensado hacer con las “masacres mongólicas”.

Se ha dado el extraño fenómeno de que la mayoría de los árabes de Palestina huyeran ya antes de la invasión de los Estados árabes. Jafa, Haifa y Galilea dieron la mayor parte de los refugiados en unos momentos en que apenas se luchaba.

La primera causa de tal fenómeno está en que los árabes palestinos tenían un miedo atroz. Durante varias décadas dirigentes contaminados por el racismo habían sembrado en su mente la idea de que serían asesinados en masa. Esos dirigentes se aprovechaban del analfabetismo, la superstición y la devoción religiosa fanática de los “fellahas” (campesinos). Jamás se preocuparon de los intereses públicos sino de sus propias ambiciones personales. Y traicionaron por completo a su pueblo. El miedo ciego y la ignorancia fueron las causantes de la primera gran oleada de fugitivos. ¿Se fundamentaba tal miedo en algún hecho? ¡No!

En un solo lugar, Deir Yassin, había habido una masacre imperdonable de árabes inocentes. Por lo demás, nadie molestó lo más mínimo a ninguno de los árabes que se quedaron en Palestina. Los israelíes no perjudicaron bajo ninguna forma ni pretexto a ninguna población árabe que se mantuviera en paz. De hecho, a los árabes que aceptaron vivir bajo soberanía hebrea no se les oprimió ni mucho menos se los eliminó, por el contrario. poco tiempo después se les concedió la ciudadanía y la igualdad legal en el Estado de Israel. Actualmente sus descendientes, los árabes-israelíes, constituyen alrededor del 20% de la sociedad israelí.

Con respecto a Deir Yassin, debemos añadir que ese ejemplo único de un exceso cometido por judíos (en el calor de la guerra, recordémoslo), palidece al lado de la larga lista de matanzas, masacres y carnicerías organizadas por los árabes a lo largo de un período de treinta años de paz nominal antes, durante y después de la guerra de 1948. Dicha lista de masacres árabes contra civiles del Yishuv y contra israelíes desarmados merece un artículo separado.

La segunda causa importante de que haya surgido el problema de los refugiados está en el hecho absolutamente demostrable documentalmente de que los jefes árabes querían que la población civil árabe abandonase Palestina para tener en ello un recurso político y una enorme ventaja militar.

Cuando los ejércitos árabes atacasen “lanzarían a los judíos al mar”, frase que hizo fortuna, y que significaba lisa y llanamente que los soldados árabes tenían orden de arrasar vidas y haciendas, de borrar todo vestigio de una patria judía, para lo cual no debería haber población civil árabe de por medio que estorbase el genocidio. Además, como los generales árabes se habían trazado el plan de aniquilar literalmente al pueblo judío, no les interesaba en lo más mínimo la presencia en el país de una población civil árabe numerosa que obstaculizase su libertad de movimiento en el transcurso de las operaciones militares.

Por su parte, los políticos deseaban poder señalar lo inhumanos que son los judíos presentando al mundo a los refugiados árabes “forzados” a huir de sus hogares. Por último, también la lucha en sí contribuyó a crear el problema de los refugiados. Las pocas poblaciones árabes que tomaron las armas contra el Estado de Israel fueron atacadas y sus moradores expulsados de ellas. No hay que presentar excusas por haber procedido así en dicha guerra de supervivencia.

Existen numerosas pruebas documentadas de que a los árabes les prometieron que regresarían a sus casas detrás de las tropas árabes victoriosas y entonces podrían saquear a mansalva el destruido Estado de Israel y los bienes judíos. Nadie puede poner en duda la hostilidad que esos países árabes han manifestado contra Israel desde el mismo inicio de la guerra: violando los acuerdos internacionales, han bloqueado el Canal de Suez, han hecho el boicot a las empresas que se atrevieran a entablar relaciones comerciales con el renacido Estado judío, han exigido dinero, mediante amenazas, a las firmas extranjeras, han entrado descaradamente a saco en los establecimientos fronterizos y han amenazado continuamente con volver a entrar en un nuevo intento de destruir Israel.

A la luz de estos hechos es inconcebible que Israel pueda ni tan sólo tomar en consideración la idea de proceder al reasentamiento de una minoría hostil en su propio territorio internacionalmente reconocido, cuyo objetivo consiste en destruir el Estado, ya sea mediante métodos militares o demográficos. Y ahora llegamos al hecho más horroroso en lo que a los refugiados árabes se refiere. Las naciones árabes no quieren a estos hermanos suyos. Les tienen en jaulas como animales y les hacen sufrir, buscando en ello el arma política más efectiva que tuvieron en toda la historia del conflicto. Durante la ocupación egipcia de la Franja de Gaza, para citar un ejemplo entre muchos, las carreteras estaban minadas y vigiladas a fin de que los refugiados no pudieran huir hacia Egipto y encontrar hogares donde vivir con los de su etnia.

Las Naciones Unidas han creado un fondo de miles de millones de dólares a lo largo de medio siglo para el reasentamiento de los refugiados de Palestina. En los varios millones de kilómetros cuadrados de superficie que posee el mundo árabe hay mucho terreno baldío, fértil, despoblado, excelente. Solo por poner un ejemplo concreto, en el Valle del Tigris y el Éufrates, se encuentra parte del suelo más rico e inculto a la vez del mundo entero, y no lo habita sino un pueblo de beduinos. En dicho terreno hubieran cabido no sólo el medio millón de refugiados árabes de 1948, sino todavía otros diez millones más (mucho más del doble de los actuales refugiados palestinos junto con sus hijos y nietos).

No se ha gastado aún ni una pequeña moneda de todo el dinero destinado al reasentamiento en los países árabes. Ni un petrodólar árabe se ha gastado en algo que fuera para el bien social de los refugiados.

Por su parte, Israel, una tierra nada fértil, de cuyos pocos miles de kilómetros cuadrados de superficie la mitad es un desierto, ha acogido en su seno a medio millón de judíos refugiados de los países árabes y posteriormente estuvo dispuesto a admitir otro número tres veces superior, a pesar de haber estado en condiciones durísimas durante los primeros años de su hostilizada existencia.

Los árabes arguyen que los refugiados palestinos no quieren que les acomoden en ninguna otra parte, sino que les devuelvan las tierras que poseían en Palestina. Esto es una pura estupidez, además de ser simplemente una mentira. El mundo árabe ha derramado lágrimas de cocodrilo sobre el gran amor que tienen esos pobres refugiados a los hogares que perdieron. De manera extraña e hipócrita, gran parte de la comunidad internacional se las ha tragado sin chistar.

La verdad es que los “fellahas” (campesinos) que había en Palestina en 1948 fueron víctimas de unos hombres que los utilizaron como instrumento, los abandonaron, y vuelven a jugar con ellos otra vez, y otra vez. Manteniéndoles encerrados, alimentándolos de sentimientos vengativos, los emplean para mantener el odio contra Israel en el punto de ebullición.

Asumiendo la mentira de que a los árabes de Palestina se los expulsó por la fuerza de manera organizada y el supuesto hecho fabricado de que hubiesen amado tanto su tierra, en ese caso, no habría sido posible echarlos de allí, y mucho menos haber huido sin un motivo real. Los árabes tenían poco con qué vivir y mucho menos por lo cual luchar. Su conducta no ha sido la del hombre que ama a su tierra. El hombre que la ama, como los árabes dicen amarla, resiste y muere por ella.

Los árabes le dicen al mundo que el Estado de Israel tiene proyectos expansionistas. Sería interesante saber de qué modo puede expansionarse una nación de algunos pocos millones de habitantes de un pequeño país contra un conjunto de trescientos millones en una extensión gigante de tierras.

Les diré cual es la pura verdad en todo este asunto: el pueblo árabe necesita un siglo de paz. Como mínimo.

El pueblo árabe necesita una dirección; pero no la de los “efendis” (terratenientes) y jeques del desierto que poseen millares de esclavos, ni la de los religiosos fanáticos islamistas, saturados de odio, ni la de las camarillas militares, ni la de los hombres cuya mentalidad continúa de lleno en la Edad Media. El pueblo árabe necesita dirigentes que le proporcionen libertades civiles, educación, cuidados médicos, reformas agrarias e igualdad.

Necesita dirigentes que hagan frente a los problemas verdaderos de la ignorancia, el analfabetismo y las epidemias en lugar de agitar ante sus ojos la bandera chillona de un nacionalismo inútil, barato, a ultranza y promover la idea malvada de que la destrucción de Israel será el remedio que cure todos sus males.

Por desgracia, cuando surge algún dirigente árabe ilustrado acaban, generalmente, asesinándolo. Los dirigentes palestinos ni quieren que se reacomode a sus refugiados, ni quieren que se resuelva su situación, ni quieren la paz.

En estos momentos, Israel representa el instrumento más eficaz para sacar al pueblo árabe de la Edad Oscura y tal vez tener alguna esperanza de que los árabes vuelvan a ser la gran nación ilustrada que fue hace siglos atrás.

Sólo cuando el pueblo árabe encuentre dirigentes dispuestos a estrechar la mano que se les tiende cordialmente, imitando el ejemplo de Egipto y Jordania, sin propuestas ridículas como el “derecho al retorno” de los refugiados, empezará a resolver los problemas que le han tenido sumido en una miseria absoluta moral y física.



COMENTARIO:

Creo que leer un poco cómo es esta historia de los "refugiados" árabes palestinos es imprescindible para comprender por qué no se puede detener la violencia en la región.

Este tema creo que es el escollo más grande que existe para lograr la paz en Medio Oriente. Sin embargo, podría encontrarse fácilmente una solución si la paz fuera el verdadero objetivo del liderazgo árabe palestino, este es el punto, porque lo evidente es que no quieren tener paz con Israel.

No es necesario que nadie lo diga por ellos, porque esas son sus declaraciones permanentes, todo lo que pretenden es inaceptable para que subsista el estado judío. En primer término está la exigencia del "retorno".

Este sintético relato explica la larga historia de este conflicto que no tendrá solución, por ahora, mientras se eduque y use al pueblo árabe palestino en contra de un estado legítimo y soberano.

Esta situación debería verse claramente pero, como Israel es el país de los judíos, el prejuicio que aún subsiste tiende a que el hombre común se resista a reconocer esta realidad. Pero, pensemos, ¿qué es lo que vemos en el resto del mundo? La misma actitud dominante que sólo puede imponerse por la fuerza, los árabes no se resignan a construir en sus países, se concentran en destruir y tratar de imponerse en otros lares donde no son "refugiados", son invasores.

¿Son realmente así los árabes? ¿Lo será su cultura o su religión? Lo que vemos hoy es que ellos no se adaptan ni se integran pacíficamente, tienen problemas en todos lados, hay quienes los enfrentan y hay quienes los apaciguan.

Israel no tiene más remedio que enfrentarlos.

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