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miércoles, 28 de septiembre de 2011
924 - CARMONA - ¿POR QUÉ NO HAY ACUERDO DE PAZ CON ISRAEL?
HORA DE RECONOCER UN ESTADO JUDÍO
Por Prof. JUAN F. CARMONA - CHOUSSAT, MADRID
EXCELENTE. Un artículo que todos deberían leer para acercarse a la verdadera historia de israelíes y palestinos. ANA
La imposición por la Autoridad Palestina (AP) del reconocimiento de un Estado palestino, aun como observador, significa revocar la condición de Israel como Estado judío y cuestiona la tolerancia mundial del sionismo.
Cuando en 1975 la asamblea general de la ONU adoptó la resolución considerando al sionismo como una forma de racismo, el embajador americano afirmó: "Los Estados Unidos se alzan para declarar que no reconocen, no cumplirán y jamás aceptarán este acto infame". La ausencia de una reacción occidental similar sería una carga de conciencia y un retroceso histórico.
Fue la trágica inocencia de dos europeos -Javier Solana y Bernard Kouchner- la que llevó a esta situación. Avi Sharit en Haaretz citaba la propuesta del primero de reconocer a Palestina en la ONU para forzar el "proceso de paz" y el plan del segundo de forjar un consenso europeo sobre la idea. Querían romper el ciclo, considerado infructuoso, de las negociaciones entre las partes como base de un acuerdo permanente, en los términos de Oslo.
Si era hora de "forzar" a Israel a negociar, es que no lo había hecho bastante. En 1987 un señor judío que compraba en Gaza fue acuchillado dando inicio a la primera intifada. Las manifestaciones, cuya expresión generalizada era el hostigamiento a soldados de Tzáhal mediante pedradas, seguidas de actos violentos incluyendo atentados, se fundaban en la reclamación de las tierras ocupadas tras los Seis Días.
Alarmadas, las autoridades judías pensaron que habiendo transcurrido los años desde los tres NO de Jartún (no a la negociación, no a la paz, no al reconocimiento) con que los árabes reaccionaron a la oferta de paz por territorios que siguió al conflicto, era el momento de actualizar la propuesta. Se embarcaron en un proceso de paz secreto en Oslo durante 1992 culminándolo en 1993 en Washington.
Israel entregaría progresivamente zonas de Judea, Samaria y Gaza para ser administradas por la OLP, rebautizada AP, dejándose asuntos espinosos como la delimitación de fronteras, el retorno de los refugiados, Jerusalén o los asentamientos a futuras negociaciones sobre un estatuto permanente.
La primera intifada provocó el rechazo de la población a los efectos de la ocupación de los territorios recuperados en 1967, lo que llevó a los Acuerdos de Oslo y a la búsqueda del apaciguamiento mediante la retirada.
El ansia de tranquilidad empapaba tanto la sociedad israelí que no sólo Itzjak Rabin, iniciador del proceso, estaba convencido de su necesidad, sino el "duro" Ariel Sharón, que afirmaba en la Knéset en 2003: "Creo que la idea de que es posible continuar manteniendo a tres millones y medio de palestinos bajo la ocupación -sí, es ocupación, puede que no les guste la palabra, pero lo que está sucediendo es ocupación- es mala para Israel y mala para los palestinos".
Más angustia y más violencia
Sharon había sido acusado de provocar la segunda intifada con su visita al Monte del Templo en el año 2000, dos meses después de que Ehud Barak, entonces primer ministro, hiciera una oferta de cesión incluyendo Jerusalén Oriental, rechazada por Iaser Arafat.
Ni acuerdos ni retiradas surtían los efectos deseados. Si la primera intifada (1987-1993) había traído 1.070 muertos, sólo el primer año de la segunda (2001-2002) se saldaba con 1.015 y para 2006 se contaban 3.713 cadáveres.
La angustia por detener la violencia que llevó a Oslo desembocó en más angustia y más violencia. Así que en abril de 2002, segundo año de la segunda intifada, Israel reocupó Judea y Samaria mediante la operación "Escudo Defensivo", disminuyendo las víctimas: 242 en el tercer año, 199 en el cuarto, 105 a 125 en los tres siguientes y 52 en el octavo, ya aplicadas todas las medidas protectoras de Israel desde los internacionalmente repudiados asesinatos selectivos hasta la valla de separación, condenada por un organismo de las Naciones Unidas.
Pero el 11 de septiembre de 2001 se produjo tal atentado terrorista que el mundo pareció rechazarlo decididamente. Así, el cuarto pilar de la Doctrina Bush -primer presidente americano en defender públicamente una solución de dos Estados- para luchar contra él, implicaba prescindir de las autoridades que lo toleraran, lo que concluyó el mandato de Arafat. La renuncia al terror era realmente requisito de la negociación. Se modificaba así la carga de la prueba que recaía ahora en los palestinos, para justificar su deseo de paz, y no en los israelíes, sobre cuyos hombros venía reposando. Por fin, esto implicaba admitir a Israel como Estado judío, no meramente reconocerlo.
Entretanto, Sharón salía en 2005 unilateralmente de la Framja de Gaza expulsando a más de 8.000 colonos. Hamás, nacida durante la primera intifada, ocupó el poder, así que la retirada significó el lanzamiento de 6.000 misiles y proyectiles de mortero. En la guerra de 2009, en apenas tres semanas, murieron 1.166 palestinos, menos que todos los muertos de la segunda intifada, pero más que los causados por la primera.
En perspectiva, los datos eran apabullantes. En los cuatro primeros años de la segunda intifada los palestinos mataron a más israelíes en actos terroristas que en los 53 años precedentes de la historia del país, según el servicio de seguridad interior Shin Bet. Por último, la retirada de soldados israelíes del sur del Líbano decidida por Barak el año 2000, tras morir numerosos soldados de Tzáhal en accidentes y combates no trajo paz sino más guerra, provocada por seguidores de Hezbollah.
En ella, en el transcurso del año 2006, murieron 165 israelíes civiles y militares, 1.191 civiles libaneses y 600 terroristas.
Todo ello se distinguía poco del resto de la historia de Israel que, de puro sabido, no se acaba nunca de recordar plenamente. En 1947 las Naciones Unidas adoptaron el Plan de Partición de Palestina dividiéndola en un Estado palestino y un Estado judío. Los árabes no aceptaron y lanzaron una guerra contra Israel por medio de sus cinco vecinos. Terminó con Gaza en poder de Egipto y Judea y Samaria de Jordania. Rodeado de 19 naciones dedicadas a su destrucción, Israel hizo lo que pudo. En 1956 se unió a Francia e Inglaterra en la expedición de Suez antes de obedecer la orden de retirada del general Dwight Eisenhower.
Devolvió la parte del Sinaí que había tomado, sin compensación. En 1967, ante las amenazas del egipcio Nasser de "borrar a Israel del mapa" y su cierre del estrecho de Tirán, Israel reaccionó antes de que fuera tarde mientras pedía, en vano, a Jordania que no interviniera. Culminó la guerra con el control del Sinaí, los altos del Golán y Cisjordania. Entonces sólo pidió reconocimiento y negociaciones, ambos negados. Anwar Sadat, que ya gobernaba Egipto, perdió por poco la Guerra de 1973 y se decidió a proponer reconocimiento y negociación. Israel entregó el Sinaí y firmó el acuerdo de 1979. Siguió la Guerra del Líbano en 1982 cuando Israel trató de deshacerse de los terroristas de la OLP que, tras ser expulsados de Jordania en el "Septiembre Negro" de 1970, buscaban acomodo para modificar su ataque a Israel, que al fracasar la guerra abierta se llamaba terrorismo.
Obligar a Israel a negociar
Fue todo esto lo que, extrañamente, convenció a la elite internacional de que había que obligar a Israel a negociar. Así que la AP, saltando sobre la idea original, aprovechó que Turquía revisaba sus relaciones con Israel, Egipto proporcionaba un territorio desde donde organizar atentados -asistiéndose a escenas que transformaban la paz fría en algo parecido a la revolución iraní-, se agrandaba la sombra del programa nuclear persa, y no variaba el sometimiento del Líbano a Hezbollah y a la Siria de Asad, para acudir a la ONU.
Quizás animado por la situación, el presidente Mahmud Abás escribió en el New York Times del 16 de mayo de 2011: "Es importante destacar que la última vez que la cuestión del Estado palestino estuvo en el centro de la escena en la Asamblea General, la cuestión planteada a la comunidad internacional era si nuestro territorio nacional debía ser partido en dos Estados. En noviembre de 1947, la Asamblea General hizo su recomendación, y contestó con la afirmativa".
Del debate sobre la petición a la ONU había estado ausente el llamado Plan por Fases, enunciado por la OLP en 1974, al que inquietantemente aludía Abás. En este, la organización terrorista variaba su posición renunciando a la inmediata destrucción de Israel.
La nueva estrategia consistía en establecer primero un pequeño Estado de la OLP para luego conquistar el resto de Israel. La OLP se proponía comenzar creando una autoridad nacional luchadora e independiente sobre cualquier parte de la tierra palestina que fuera liberada. "Una vez establecida la Autoridad Nacional Palestina -añadía el plan en su punto octavo- luchará para lograr una unión de los países enfrentados con el objetivo de completar la liberación de todo el territorio palestino…".
La idea era persistente. Abdul Asis Shahin, ministro de Suministros de la AP, comentaba al periódico Al-Hayat Al-Jadida en enero de 1998: "El Acuerdo de Oslo fue el preámbulo para la Autoridad Palestina, y la Autoridad Palestina será el preámbulo de un Estado palestino que, a su vez, será un preámbulo para la liberación de toda la tierra de Palestina".
Hoy, en una encuesta de Proyecto Israel en colaboración con el Centro Palestino para la Opinión Pública sólo el 34% de los palestinos de Gaza y Cisjordania aceptan la solución de los dos Estados. El 66% dice que el objetivo de los palestinos debe ser empezar con dos Estados y progresar hacia el logro de un único Estado palestino.
Hablando así, el presidente de facto de la AP no sólo afirmaba que su territorio nacional incluía además de Gaza y Cisjordania la totalidad de Israel, y de ahí el recuerdo del Plan por Fases, sino que evocaba la famosa resolución de 1975 auspiciada por Amín Dada, equiparando sionismo con racismo, bandera de los no alineados. En efecto, si la AP a lo más que había llegado era al mutuo reconocimiento con Israel procedente de Oslo -sin reconocerlo como Estado judío- al someter a votación de la comunidad internacional un Estado palestino sin la necesidad de asumir esta condición, introducía una sutil condena del sionismo, no por un marginal tercer mundo, sino por su totalidad.
Esto significa, aparte de la grotesca igualación jurídica de Palestina con el Vaticano como observadores, que lo realmente necesario es salir de la convicción, expresa o presunta, de que el sionismo es inadmisible. El único voto imprescindible, que el mundo al parecer no sólo no quiere consagrar, sino que está dispuesto a derogar, es el del reconocimiento de Israel como Estado judío.
Antes de votar un Estado palestino para "obligar" a Israel a negociar en oposición a una solución de dos Estados fruto del acuerdo, ¿no sería más sensato votar un Estado judío tan consistentemente cuestionado? No obstante, esta ausencia de respaldo externo, aunque doliera la actitud occidental de retrasar 60 años el reloj de la historia, no importaría mucho. Sería sólo un contratiempo que no puede asustar a un pueblo que cumple 5772 años y que tiene diez días hasta Iom Kipur para arrepentirse de no haber abrazado con más convicción el mandato mosaico de elegir la vida.
Juan F. Carmona es licenciado y doctor en Derecho cum laude por la UCM, diplomado en Derecho Comunitario por el CEU-San Pablo, administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Es, además, miembro del Grupo de Estudios Estratégicos de España.
FUENTE-AURORA-CARMONA-HORA DE RECONOCER-27/09/11
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Hola Ana. despues de leer este esclarecedor informe, La verdad el pesimismo se ha apoderado de mi,No sabia que las cosas se le pueden poner tan mal a Israel, Y parte de culpa la tiene el idiota de Javier Solana y sus ocurrencias,
ResponderEliminarAgustín:
ResponderEliminarLas cosas se le pueden poner mal, si, pero ellos están preparados y nunca lo estuvieron tanto como ahora. Si no hacen las cosas por las malas es porque tienen la responsabilidad que a sus enemigos les falta, lamentablemente éstos son impredecibles y eso obliga a los israelíes a aguzar el ingenio. Quizás esa sea la causa de los cambios permanentes de su política. Me refiero a los israelíes, haciendo malabares para no tener choques; los árabes son muy consecuentes, siempre dicen NO y nunca pierden la oportunidad de perder la oportunidad, lo que no se sabe es cómo. Por otra parte, SI, Solana es un idiota pero muy bien acompañado por un montón de pares. Qué le vamos a hacer. Yo leo muchísimo, y publico sólo lo que me parece original, las ideas nuevas para un tema tan trillado hace casi imposible no repetirse. Tengo algunos días buenos y otros malos, pero como leo de todo y de todos lados, a favor y en contra, para poder tener una idea más o menos real y sacar conclusiones lo más objetivas posibles, cuando me encuentro con sus sensacionales logros en todos los órdenes me tranquilizo. :)
Un abrazo.