martes, 14 de junio de 2011

860 - RAHOLA - ÁRABES PALESTINOS: MORIR MATANDO


EL PADRE DEL ASESINO

Por PILAR RAHOLA

Una sociedad que, en las escuelas de los niños, no cuelga el póster de Harry Potter, sino la cara alegre de un pobre Sami Salim que no llegó a los 18 años porqué le educaron para matarse y matar, es una sociedad agónica y autodestructiva.


Mi hijo ya ha cumplido los catorce. Como muchos preadolescentes, no tiene ni idea de lo que quiere ser de mayor, pero nosotros, sus padres, sí que lo sabemos: queremos que sea feliz. Después ya llegarán las complicaciones, las dificultades para acometer los hitos más lejanos, los más altos sueños… Y allí estaremos, allí, en la cima de sus éxitos y en el vacío de sus caídas, porque eso somos, una sólida red de protección que nace del amor que nos tenemos, de la complicidad que sabemos tejer. Somos una familia, y ello es exactamente una familia cuando se ama: una espesa red de sentimientos, ayudas y emociones.

Sea como fuere, lo cierto es que, cuando pensamos en el futuro de nuestros hijos, no hay nada que nos cause más dolor que intuir los problemas que padecerán, las desgracias que, quizás, vivirán, los desengaños. ¿Puede existir un padre y una madre, en un contexto de vida y de amor, que quiera alguna maldad para su hijo? No lo sé. No sé como son los padres de Sami Salim Mohamed. Quiero creer que son padres palestinos normales, protectores y amantes de sus hijos. Si es así, hoy deben estar llorando la muerte de Sami, a escondidas, porqué la locura integrista islámica exige que los padres expresen alegría por el suicidio de un hijo en un atentado terrorista, considerado un mártir y no un asesino.

Sami Salim tenía 17 años, la edad de empezar a enamorarse, de creer que el mundo es un espacio habitable, lleno de horizontes por descubrir, de paraísos por conquistar. 17 años, la edad de los sueños, la de los mitos del fútbol y el deporte, la edad en que todas las chicas son pura poesía.

Pero Sami Salim Mohamed no fue educado para la vida, sino para la muerte, no lo fue para la convivencia y el amor, sino para el odio, y así, alimentado por una sociedad enferma que cree que enviar a sus jóvenes a la muerte es voluntad divina, inició, un día terrible, el camino de Tel Aviv. En el puestecito de comida rápida Falafel Rosh Ha´ir, allí donde podía encontrar a muchos jóvenes como él para asesinar, se explotó la bomba que llevaba adosada al cuerpo.

Previamente, en un video propagandístico para uso de más anulaciones de cerebro, ese chico de 17 años expresaba su alegría por el paso hacia la muerte que estaba a punto de hacer. Aún sabía poco sobre la vida, pero ya creía saberlo todo sobre la muerte. Y en su tribuno, se llevó la vida de nueve personas más y decenas de heridos.

Nueve personas asesinadas, nueve, con sus ilusiones destruidas, sus proyectos truncados, quizás un médico, quizás un chico que acababa de declararse a su chica, quizás una maestra, quizás... nueve historias de vida y de amor truncadas de cuajo.

¿Es Sami Salim un asesino? Creo, más bien, que es el instrumento demoníaco de una ideología asesina que desprecia a la vida de tal forma, que empieza despreciando la vida de los propios hijos.

“Lo que más odio no es que nos matéis a nuestros niños, sino que nos obliguéis a matar a los vuestros”. Décadas después del grito doliente de Golda Meier, poco ha cambiado. Palestina tiene, sin duda alguna, muchos problemas. Pero hay uno que los condiciona todos, que los contamina hasta la medula, hasta la destrucción, hasta la pura nada: es, hoy por hoy, una sociedad profundamente enferma, liderada por fanáticos fundamentalistas que consideran que la vida de sus hijos es carne de bomba, clavos y muerte, y que morir es mejor que vivir.

Una sociedad que, en las escuelas de los niños, no cuelga el póster de Harry Potter sino la cara alegre de un pobre Sami Salim que no llegó a los 18 años porqué le educaron para matarse y matar, es una sociedad agónica y autodestructiva. Puede que tenga un presente caótico y complejo. Pero, liderada por el nihilismo integrista, lo más trágico, lo más terrible, es que no tiene futuro posible.

FUENTE: Pilar Rahola-Revista El Temps-19/04/2006

COMENTARIO:
 
Creo que este muchachito de ojos tristes tendría hoy 22 años y habría conocido mucho de la vida, lo que le fue negado por haber nacido en una sociedad donde quienes deben morir son los jóvenes. Rara vez un suicida que se estalla es un hombre mayor, esos son los que los entrenan desde el jardín de infantes para ser mártires y les prometen lo que ellos querrán conocer muchos años después.

Esto sólo debería ser suficiente para llamar la atención de los que son educados de esa forma, de sus padres, de los que son responsables de su futuro. Sin embargo, es muy difícil para ellos darse cuenta que la vida es un regalo para la más maravillosa de las tareas, ser capaz de superar los desafíos y hacer de su vida una aventura individual y única. El ser humano tiene ante sí muchos obstáculos y hacer la diferencia nos llena de satisfacción. Pero no de esta manera, morir matando.

Lo más trágico es que se festeje, que se enseñe que ese es el camino de esos niños que repiten consignas, que crecen con ellas y que les dan sentido a su vida y que, al obedecer el mandato, destruyen otras que tenían objetivos diferentes, que amaban y eran amados.

Las consecuencias más terribles de esta educación en los jóvenes, aún de criaturas incapaces de pensar y resistirse, es que para quienes deben defenderse de estos actos, ya no miran a un niño o joven como normalmente deberían hacerlo, saben que cualquiera de ellos puede ser un arma dispuesta a matar. Deben sospechar de ellos, ya no pueden actuar como si esta realidad no existiera.

Creo que esto es lo peor que ha pasado en la región, temer a un niño en lugar de recibirlo como la más fiel representación de la inocencia.

ANA

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