sábado, 14 de septiembre de 2013

1192 - CLAUDIO FANTINI: OBAMA-SIRIA




OBAMA EN CÁMARA LENTA

Por CLAUDIO FANTINI

Quedó atrapado en un dilema shakespeareano. Atacar o no atacar es la cuestión. Barak Obama se sabe condenado al repudio. En cuestiones de guerras, haga lo que haga, Estados Unidos es siempre cuestionado. Si ataca lo acusan de belicismo imperialista y, si no ataca, lo acusan de inmovilismo insensible ante las penurias de otros pueblos.
Pero el dilema de Obama es más profundo y se refleja en el océano de contradicciones donde naufragó la idea inicial de responder al régimen sirio con una “guerra relámpago”.

Los estrategas del siglo 19 que idearon esta modalidad de ataque fulminante, aplicado luego por la Wehrmacht con el nombre de “blitzkrieg”, apuntaban fundamentalmente a tomar por sorpresa a la fuerza atacada. Pero en este caso, lo que debía ser un inesperado latigazo, se convirtió en un pasmoso y anunciadísimo plan, con más indefiniciones que precisiones.

No sólo demoró en decidir el ataque, sino que al anunciarlo, anunció también que lo sometería a la decisión del Congreso. Ergo, anunció un ataque que podría no concretarse.

Enredado en una madeja de dudas, el jefe de la Casa Blanca tiene sólo dos certezas. Una lo paraliza, demorando la acción bélica, mientras que la otra lo alienta a dar la orden de ataque. Lo paraliza saber que, aunque los misiles lanzados desde buques y aviones bombarderos, logren precisión quirúrgica en blancos militares, el régimen de Bashar Al Assad mostrará al mundo imágenes de destrucción y muerte, que incluso podría causar su propio ejército, para usarlas contra Estados Unidos y su presidente. Lo hizo Saddam Hussein en las guerras que mantuvo contra Bush padre y contra Bush hijo.

La certeza que empuja a Obama a la decisión de atacar, es saber que ha llegado a un punto sin retorno. La sola demora fortalece al régimen sirio, que recibió la segunda postergación del ataque como un triunfo propio. Y más aún lo fortalecería la cancelación de la anunciada operación militar. Implicaría un cheque en blanco para su criminal aparato de guerra. También un aliciente para que los ayatolas iraníes y la nomenclatura norcoreana se vuelvan aún más desafiantes.

Lo sabe el presidente norteamericano, por eso decidió no poner la marcha atrás, aunque avanza en cámara lenta y con un pié tocando el freno.

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La mayoría los conflictos en el mundo musulmán tienen que ver, o bien con un enfrentamiento político entre laicos y religiosos, o bien con un enfrentamiento étnico entre sunitas y chiítas.

Por cierto, hay excepciones como Libia, donde la disputa principal fue entre las tribus beduinas de Cirenaica contra las de Tripolitania, que detentaban el poder desde que Muammar Jadafy derrocó al rey Idris. Pero lo normal es el enfrentamiento entre alguna de las dos dicotomías que atraviesan a las naciones árabes.

En el conflicto sirio se superponen las dos. El régimen nacido del golpe que dio en 1970 Hafez al Assad y hoy continuado por su hijo Bashar, es claramente laico. Por eso tiene como brazo político al Partido Baas, una fuerza secular fundada por el filósofo árabe cristiano Michel Aflak.

Su archienemigo ha sido siempre la rama siria de la Hermandad Musulmana, organización religiosa que se opuso al militarismo laico en Egipto y durante el breve gobierno que terminó en el reciente derrocamiento del presidente Morsi, intentó avanzar desde el Estado secular al califato. Por eso el más grande levantamiento contra el poder baasista, antes del actual, fue el ocurrido en 1982, en la ciudad de Hama, donde Rifat al Assad, vicepresidente y hermano del dictador, mató a más de veinte mil personas usando artillería pesada contra la rebelión de los hermanos musulmanes.

Pero el conflicto sirio tiene también un componente étnico, porque la mayoría sunita se ha levantado contra el poder de la minoría alawita, considerada rama del chiísmo.

Precisamente porque el poder está en manos de los alawitas es que el régimen forma parte del eje chiíta Teherán-Damasco-Hizbolá (partido-milicia del chiísmo libanés), por lo tanto, la disputa en Siria enfrenta a laicos y religiosos al mismo tiempo que a sunitas y chiítas. Y los países vecinos asumen posiciones tomando en cuenta una u otra dicotomía.


Por ejemplo, Arabia Saudita y Qatar, países donde rige el sunismo wahabita, que es el más enfrentado al chiísmo por considerarlo herético, apoyan abiertamente a los rebeldes y claman por la caída del régimen alawita y la ruptura del eje chiíta.

En cambio Egipto, que mientras gobernó la Hermandad Musulmana apoyó a los ultra-islamistas que luchan contra el régimen laico, ahora que tiene un gobierno secular surgido del golpe de Estado, rechaza un ataque occidental que derribe a Bashar Al Assad porque dejaría Siria en manos de los islamistas.

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Obama observa ese complejo tablero, entendiendo que cualquier desenlace de esta contienda tendrá una consecuencia positiva pero también una consecuencia negativa.

Si el régimen vence a los rebeldes, será el triunfo de una dictadura minoritaria aliada de los ayatolas iraníes y de Rusia, y enemiga de Israel. Pero si triunfan los rebeldes, el poder podría quedar en manos de ultra-islamistas que colaborarían con los fundamentalistas egipcios, permitirían que Al Qaeda se haga fuerte en Siria, ayudarían a Hamas a mantener el control de la Franja de Gaza y tal vez harían lo que el régimen de los Al Assad no hacía desde la guerra de 1973: atacar a Israel.

Por eso el Estado judío prefiere en Damasco a un enemigo conocido y predecible, antes que al agujero negro en el que caería ese vecino con el que disputa las Alturas del Golán.

En rigor, tanto a Israel como a los Estados Unidos lo que más les conviene es la eternización de la guerra civil que debilita a las partes enfrentadas y mantiene divididos a los países árabes.


Además, una intervención de las potencias podría aumentar el riesgo de que se disparen los precios internacionales del crudo, impactando en la aún empantanada economía europea y afectando la frágil recuperación norteamericana.

Aunque Siria no es una potencia petrolera ni mucho menos, podría sacudir el mercado una intervención de Irán, o que Bashar al Assad lance una lluvia de misiles Scud contra Arabia Saudita y Qatar.

Quizá esa sea otra de las razones por las que Obama decidió marchar hacia la guerra en cámara lenta. El problema es que ha tomado dos decisiones difícilmente compatibles: Una, actuar con mucha lentitud; la otra, realizar un ataque limitado que dañe el poder de fuego del régimen, pero no lo derribe.

En síntesis, el objetivo del presidente norteamericano sería que el ejército sirio retroceda varios casilleros, perdiendo el terreno reconquistado en los últimos meses; pero sin liquidarlo.

La razón es que las fuerzas rebeldes aún no están en condiciones de constituir un poder fuerte y capaz de controlar la totalidad del territorio.

Parece por demás sensato. Sin embargo, ese objetivo requiere que el ataque limitado sea veloz y sorpresivo, ya que la demora le permite al régimen ocultar arsenales y urdir planes para expandir el conflicto....

FUENTE: FANTINI-OBAMA EN CÁMARA LENTA-12/09/13

REFLEXIÓN:

El autor hace una excelente síntesis de la situación en Siria y de la actitud de Obama. Un artículo que es imprescindible leer para entender lo que está ocurriendo en Siria.

Todo responde a intereses sectarios religiosos, étnicos y políticos, por debajo de ellos está el sufrimiento del pueblo sirio atrapado y sin saber que hacer para salvarse de la persecución y de la muerte. Familias que ven morir a los suyos sin poder hacer nada para salvarlos.

Éste es un análisis crudo pero realista, creo que expresa la raíz del problema en Siria. Duele comprobar que la seguridad y supervivencia de ese pueblo está lejos de alcanzarse.

No se sabe qué hará la Comunidad Internacional, Rusia ha declarado que vetará cualquier ataque que ordene el Consejo de Seguridad de la ONU. Así las cosas, hay que esperar no sin sentir angustia y pena porque el pueblo de Siria sigue desamparado y quien sabe por cuanto tiempo, aunque Rusia y EE.UU. han dado un corto plazo a Assad para que destruya sus armas químicas. Si no lo hace, la lucha interna no tiene un fin previsible.

ANA

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