lunes, 28 de junio de 2010

608 - BERNARD-HENRI LÉVY SOBRE SHALIT


EL CASO DEL SOLDADO SHALIT

Itongadol.- Rehén o prisionero, poco importa: ¿por qué tanto barullo por un solo hombre? ¿Por qué esta focalización sobre un individuo "sin importancia colectiva", un hombre "hecho de todos los hombres y que vale tanto como cualquiera, lo mismo que cualquiera vale tanto como él"? Pues porque Shalit no es precisamente cualquiera, y porque le está sucediendo lo que les sucede, a veces, en los campos de alta tensión de la historia universal, a ciertos individuos a los que nada predisponía para ello y que, de pronto, se convierten en receptores de esa tensión, en dianas del rayo que brota de ella, en puntos de encuentro de las fuerzas que, en una situación determinada, convergen y se oponen.

Por BERNARD-HENRI LÉVY.- Por qué tanta emoción en torno al soldado Shalit? ¿Acaso no es normal que las guerras produzcan prisioneros? ¿Acaso este joven cabo tanquista, secuestrado en junio de 2006, no es un prisionero más? Pues no, justamente.
Porque, para empezar, hay convenciones internacionales que regulan el estatus de los prisioneros de guerra, y el solo hecho de que este esté incomunicado desde hace cuatro años, el hecho de que la Cruz Roja, que visita regularmente a los palestinos en las prisiones israelíes, nunca haya tenido acceso a él, es una violación flagrante del derecho de guerra. Pero, sobre todo, no hay que dejar de repetir que Shalit no fue capturado en el curso de una batalla, sino en el de una incursión llevada a cabo en Israel y mientras Israel, que ya había evacuado Gaza, estaba en paz con su vecino. En otros términos: decir "prisionero de guerra" implica suponer que el hecho de que Israel ocupe un territorio o ponga fin a esa ocupación no modifica en absoluto el odio que muchos creen deber profesarle; es aceptar la idea de que Israel está en guerra incluso cuando está en paz, o de que hay que hacerle la guerra a Israel porque Israel es Israel. Y si no se acepta tal cosa, si se rechaza esta lógica, que es la de Hamás, y si las palabras aún tienen sentido, es una lógica de guerra total, hay que comenzar por cambiar completamente de retórica y de léxico. Shalit no es un prisionero de guerra, sino un rehén.
Su situación es comparable a la de alguien a quien han secuestrado por un rescate, y no a la de un prisionero palestino. Y, por tanto, hay que defenderlo como se defiende a los rehenes de las FARC, de los libios o de los iraníes; hay que defenderlo con la misma energía que a Clotilde Reiss o a Ingrid Betancourt, pongamos por caso.

Rehén o prisionero, poco importa: ¿por qué tanto barullo por un solo hombre? ¿Por qué esta focalización sobre un individuo "sin importancia colectiva", un hombre "hecho de todos los hombres y que vale tanto como cualquiera, lo mismo que cualquiera vale tanto como él"? Pues porque Shalit no es precisamente cualquiera, y porque le está sucediendo lo que les sucede, a veces, en los campos de alta tensión de la historia universal, a ciertos individuos a los que nada predisponía para ello y que, de pronto, se convierten en receptores de esa tensión, en dianas del rayo que brota de ella, en puntos de encuentro de las fuerzas que, en una situación determinada, convergen y se oponen. Los disidentes de la era comunista estaban en el mismo caso. O los perseguidos chinos y birmanos de hoy. O, ayer apenas, aquella humilde figura bosnia a la que una acumulación de adversidades sin igual elevó por encima de sí misma para convertirla en una especie de elegido a contracorriente.
Lo mismo ocurre con Gilad Shalit. Lo mismo ocurre con ese hombre con cara de niño que encarna, muy a su pesar, la violencia sin fin de Hamás; el irraciocinio exterminador de quienes lo apoyan; el cinismo de esos activistas "humanitarios" que, como la flotilla de Free Gaza, se han negado a llevarle una carta de su familia. ¿Y qué decir de ese doble rasero que hace que no goce del mismo capital de simpatía que, precisamente, Ingrid Betancourt? ¿Un franco-israelí vale menos que una franco-colombiana? ¿El factor Israel basta para degradarlo? ¿Cómo se explica, para ser exactos, que su retrato no se haya exhibido junto al de la heroica colombiana en la fachada del Ayuntamiento de París? ¿Y cómo explicar que su fotografía, finalmente, expuesta en un parque del distrito XII, sea sistemática e impunemente objeto de actos vandálicos? Shalit, el símbolo. Shalit, como un espejo.

Una última cuestión: la del precio que los israelíes parecen dispuestos a pagar por la liberación de su cautivo. Y su corolario: los centenares -hay quien habla de un millar- de asesinos potenciales que se verían liberados así. El problema no es nuevo. Ya en 1982, Israel liberó a 4.700 combatientes retenidos en el campo Ansar a cambio de ocho de sus soldados. En 1985 excarceló a 1.150 (entre ellos, al futuro fundador de Hamás, Ahmed Yassine) a cambio de tres de los suyos. Por no hablar de los cuerpos, solo los cuerpos, de Eldad Regev y Ehoud Goldwasser, muertos a comienzos de la última guerra del Líbano e intercambiados, en 2008, por varios líderes de Hezbolá, algunos de ellos con largas condenas a cuestas. La idea, la doble idea, es simple y honra a Israel. Contra la crueldad, primero, de las famosas razones de Estado, contra la mecánica de los monstruos fríos y su terrible pereza, y en las antípodas de esas intransigencias glaciales de las que el escritor italiano Leonardo Sciascia no dudó en afirmar -poco después del secuestro de Aldo Moro por las Brigadas Rojas y del abandono en que lo dejaron sus "amigos"- que son otro rostro del terrorismo, este imperativo categórico, inapelable: entre el individuo y el Estado, siempre hay que escoger al individuo; entre el sufrimiento de uno solo y las conmociones del Gran Uno, siempre hay que primar al uno solo. Tal vez un hombre no valga nada, pero nada -y menos el orgullo matasiete y tartarinesco del colectivo- vale el sacrificio de un hombre... Y, además, contra un seudo "sentido trágico" que sirve de coartada a tantas vilezas, contra esos dialécticos de salón que debaten hasta el infinito los posibles efectos perversos que podría provocar, en un futuro más o menos lejano, y frente a una situación de la que lo ignoramos todo, tal o cual gesto (el salvamento, en este caso, de un Daniel Pearl en potencia), este principio de incertidumbre que está en la base de la sabiduría judía y que resume admirablemente el Eclesiastés (III, 23):
"Atente a lo que está a tu alcance y no te inquietes por lo que no puedes conocer" -en tu ignorancia del reino de los fines y de sus asechanzas, empieza por salvar al soldado Shalit.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva

FUENTE:
ITON GADOL-GILAD SHALIT-27/06/10

SOBRE EL AUTOR DE ESTE ARTÍCULO

Bernard-Henri Lévy (Francia, 1948)


Filósofo, ensayista y escritor francés, uno de los máximos exponentes de los nuevos filósofos franceses. Nacido en Argelia, pasó su juventud en París. Se formó en la Escuela Normal Superior, donde fue alumno de Jacques Derrida y Louis Althusser. Además de liderar una corriente filosófica que gozó de una gran popularidad entre los medios de comunicación de Francia, ha trabajado como editor y obtenido un gran éxito como autor de obras filosóficas y literarias (ejemplo de esto último es la novela El diablo en la cabeza, por la que obtuvo el Premio Médicis en 1984). Además, en 1990 fundó y dirigió la revista La Règle du Jeu, ha realizado varias películas, reportajes y programas de televisión y se ha involucrado en los grandes debates de su tiempo. Se dio a conocer con La barbarie con rostro humano (1977), donde hace una dura crítica al marxismo y al socialismo como promesas de felicidad que sólo conducen a la peor de las desgracias, la “muerte absoluta”. Según él, la revolución y el progreso son señuelos; y la filosofía debe “mirar al horror de frente”. El papel del intelectual es ir contra corriente y romper la unanimidad si ello es necesario. Con El testamento de Dios (1979) divulgó algunas tesis próximas a Emmanuel Levinas según las cuales hay que escuchar lo que Dios dice en la Biblia, y resistirse al orden del mundo y a la violencia. Entre sus ensayos cabe destacar también L'idéologie française (1981), una obra que suscitó una viva polémica en su país por cuanto afirmaba que el fascismo había tenido también un origen francés, Los últimos días de Charles Baudelaire (1988), Las aventuras de la libertad (1991), Mondrian (1992), Éloge des intellectuels (1992), La pureza peligrosa (1994), Hombres y mujeres (1994) y El siglo de Sartre (2000).

FUENTE:
EPDLP-BERNARD-HENRI LÉVY

COMENTARIO:

Para quienes no conocen mi blog, es oportuno reiterar que mi propósito es conocer y compartir con quienes llegan a este sitio la temática de Medio Oriente, en particular las razones por las que no hay paz entre Israel y sus vecinos. He aprendido mucho, pero nunca he pretendido decirle a Israel o al pueblo israelí qué deben hacer ante cada nuevo desafío. En este caso, me parece valiosa la opinión de un filósofo respetado y detectar algunas de las injusticias de la prensa y de la comunidad internacional cuando se trata de un miembro de la comunidad judía, hoy el soldado Gilad Shalit, las que he resaltado. Esta es la posición de BERNARD-HENRI LÉVY sobre este tema, hay otras posiciones. Sus padres han emprendido una marcha por su liberación, el gobierno y el pueblo israelí sabrán qué tienen que hacer.

¡BIENVENIDO MI NUEVO SEGUIDOR: ARTEPARAJESÚS!


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