UN MOMENTO DE CLARIDAD MORAL
Por NATAN SHARANSKY
¿Cuántos manifestantes debe asesinar un régimen antes de no mantener un asiento en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas?
¿Cuántos miles de disidentes debe encarcelar?
¿Cuántos actos de terrorismo internacional debe instigar?
La línea es invisible pero Siria, habiéndola cruzado demasiado abiertamente, ahora fue forzada a abandonar su candidatura para el Consejo en las elecciones del 20 de mayo. Es bueno que Siria fuese removida, tal como es bueno que Libia haya sido suspendida de su membresía.
Pero, en primer lugar, ¿qué es lo que el ensangrentado régimen de Muammar el-Gaddafi estaba haciendo en un organismo de Derechos Humanos?
¿Qué es lo que separa a Siria y Libia de Cuba, China y otras dictaduras que recuperaron la mayoría del Consejo y descaradamente se sientan a juzgar el registro de Derechos Humanos de otros? ¿Por qué el mundo libre, durante tanto tiempo permaneció en silencio?
En vísperas de las elecciones, esas preguntas son más urgentes que nunca.
Algo muy importante y dramático está ocurriendo en el Medio Oriente árabe-musulmán. Los pueblos de la región están decidiendo dejar de vivir con temor y arriesgan la vida para librarse de una inamovible aparente; de una autocracia tras otra.
Al proceder así están, al mismo tiempo, repudiando los acuerdos no-conversados que Occidente alcanzó durante años con sus dictadores; acuerdos que trocaron la libertad de los pueblos en una fachada de estabilidad.
Pero, mientras las masas de personas de Medio Oriente demuestran en las calles sus ansias de libertad, el mismo mundo libre, liderado por EEUU, indicó en un clásico estilo de realpolitik, calibrando su respuesta para cada opción de supervivencia percibida por el régimen.
Eso es entendible. Luego de tantos años de apoyar a Hosni Mubarak fue difícil reconocerlo como el dictador corrupto que siempre fue.
Luego de auto-convencerse que Bashar al-Assad fue un reformista, una Casa Blanca deseosa de comprometer al régimen en “el día después” fue incapaz de decir lo que los sirios ya sabían: que fue un tirano bárbaro y asesino.
Pero el silencio y la confusión nos hicieron pagar el precio. Para la gente en las calles, para los millones que cruzaron su propia línea (desde el miedo a la libertad), la señal enviada es que América no está con ellos, que la guía de la libertad del mundo es indiferente frente al otro.
Frente a la agitación del régimen, muchos insistieron en que Washington debe elegir entre dos descarnadas alternativas: compromiso o retirada. Esto es una falacia. Comprometerse con un régimen dictatorial e implicarse con su pueblo son dos cosas diferentes. Y lo mismo se aplica para la retirada. EE.UU. que se comprometió y subsidió la dictadura en Cairo y América es cordialmente odiada por los egipcios; EE.UU. y los gullah en Teherán no podrían estar más desconectados, y América es amada por los iraníes.
Cuando Ronald Reagan consideró a la Unión Soviética como un “imperio malvado”, los partisanos del compromiso de Occidente estaban horrorizados pero, a través de ese imperio del mal, el contar la verdad de Reagan trajo coraje a los disidentes y un surgimiento de esperanza a cientos de millones desesperados por escapar de los lazos de una sociedad impregnada de miedo. Acto seguido, Reagan no cesó de negociar con el Kremlin. Al mismo tiempo su administración alentó el conflicto de los -cada vez más disidentes soviéticos y de Europa oriental- con resultados que, comenzando con la caída del Muro de Berlín en 1989, sacudieron al mundo.
Es posible que hoy no haya ningún “Imperio del Mal” en el Medio Oriente actual, pero hay, dando vueltas, más que suficientes regímenes malvados. Es el tiempo de comenzar a deslegitimarlos. ¿Qué es lo que en verdad debe hacer un dictador para perder el respeto de la comunidad internacional o provocar una acción contra él?
Otro argumento insustancial es el que dice que “No es cuestión de enviar tropas”. Es cuestión de decir, no en voz baja sino bien alto y en los términos más claros posibles, que aquellos que violan los Derechos Humanos de su pueblo no serán nuestros socios en la construcción de un mundo seguro para los derechos de los hombres.
Puede ser necesario deliberar los pro y contra de comprometerse con un régimen dictatorial. Lo que sin duda no se necesita es deliberar sobre el compromiso con su pueblo.
Para aquellos millones que cruzan, o esperan hacerlo, la línea hacia la libertad, podemos enviarles un simple y emocionante mensaje de apoyo y solidaridad: Estamos con ustedes. Ningún dictador es representante legítimo de su pueblo. “Los derechos humanos” no son una frase para ser repetida, con cinismo, por los peores violadores del mundo, sentados en un grotesco mal llamado Consejo de Derechos Humanos, sino un criterio de decencia real y universal.
Estamos con ustedes. En este momento de claridad moral, cuando el mundo libre está siendo desafiado a dejar de hacerse el tonto con la tiranía, seguramente no es demasiado afirmar, a toda voz, las aspiraciones de los pueblos árabes y musulmanes de vivir en libertad, de elegir a sus propios gobiernos, para ser protegidos en su derecho al disenso, y ya no ser más gobernados por las armas.
Al menos, nosotros, que -para nosotros- no elegiríamos nada distinto, les debemos mucho a ellos y a nosotros mismos.
Natan Sharansky, ex prisionero político soviético, es presidente de la Agencia Judía y autor, recientemente, de “The Case for Democracy: The Power of Freedom to Overcome Tyranny and Terror".
THE NEW YORK TIMES
FUENTE: CIDIPAL-SHARANSKY-CLARIDAD MORAL-16/05/11
COMENTARIO:
¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué hacen estos regímenes sanguinarios ocupando un asiento en la ONU y votando sobre Derechos Humanos cuando ellos son los primeros en violarlos? Nos seguimos preguntando ¿que hacen ahí?
El autor de este artículo sabe de qué habla, disidente ruso ahora israelí, conoce el tema y sabe qué sienten los que viven bajo gobiernos despóticos donde su única esperanza es el apoyo que pueden recibir desde afuera.
Y no es cuestión de mandar tropas sino de establecer claras diferencias entre gobiernos salvajes con su propia gente y los democráticos. ¿Cómo es posible que estemos aceptándolos como pares en organismos y comisiones de Derechos Humanos cuando sabemos que esos gobiernos los violan sistemáticamente en sus países? Y peor, se permita que voten en bloque contra Israel, el único país de Medio Oriente que los respeta.
Así vemos con incredulidad a gobiernos que pregonan los Derechos Humanos como banderas abrazándose con estos feroces tiranos delirantes, por razones de estado y conveniencias económicas, entonces sabemos que algo anda muy mal en este mundo y que nos están engañando como a imbéciles incapaces de ver la realidad.
Esta no debería ser sólo la "Primavera Árabe", debería ser el "Despertar de la ONU", que ni éstos, ni ningún gobierno que los suceda pueda seguir cometiendo tropelías con sus minorías, sus mujeres, y los movimientos políticos que tienen derecho a participar democráticamente en el manejo del estado, sin que haya algún tipo de sanción que pueda modificar esas prácticas aberrantes. Esa sería la "Primavera de Todos".
Hasta que esto no esté claro, la ONU seguirá siendo una patraña y los que han muerto y están siendo asesinados hoy, habrán entregado su vida en vano.
ANA
¿Cuántos actos de terrorismo internacional debe instigar?
Pero, en primer lugar, ¿qué es lo que el ensangrentado régimen de Muammar el-Gaddafi estaba haciendo en un organismo de Derechos Humanos?
¿Qué es lo que separa a Siria y Libia de Cuba, China y otras dictaduras que recuperaron la mayoría del Consejo y descaradamente se sientan a juzgar el registro de Derechos Humanos de otros? ¿Por qué el mundo libre, durante tanto tiempo permaneció en silencio?
En vísperas de las elecciones, esas preguntas son más urgentes que nunca.
Algo muy importante y dramático está ocurriendo en el Medio Oriente árabe-musulmán. Los pueblos de la región están decidiendo dejar de vivir con temor y arriesgan la vida para librarse de una inamovible aparente; de una autocracia tras otra.
Al proceder así están, al mismo tiempo, repudiando los acuerdos no-conversados que Occidente alcanzó durante años con sus dictadores; acuerdos que trocaron la libertad de los pueblos en una fachada de estabilidad.
Pero, mientras las masas de personas de Medio Oriente demuestran en las calles sus ansias de libertad, el mismo mundo libre, liderado por EEUU, indicó en un clásico estilo de realpolitik, calibrando su respuesta para cada opción de supervivencia percibida por el régimen.
Eso es entendible. Luego de tantos años de apoyar a Hosni Mubarak fue difícil reconocerlo como el dictador corrupto que siempre fue.
Luego de auto-convencerse que Bashar al-Assad fue un reformista, una Casa Blanca deseosa de comprometer al régimen en “el día después” fue incapaz de decir lo que los sirios ya sabían: que fue un tirano bárbaro y asesino.
Pero el silencio y la confusión nos hicieron pagar el precio. Para la gente en las calles, para los millones que cruzaron su propia línea (desde el miedo a la libertad), la señal enviada es que América no está con ellos, que la guía de la libertad del mundo es indiferente frente al otro.
Frente a la agitación del régimen, muchos insistieron en que Washington debe elegir entre dos descarnadas alternativas: compromiso o retirada. Esto es una falacia. Comprometerse con un régimen dictatorial e implicarse con su pueblo son dos cosas diferentes. Y lo mismo se aplica para la retirada. EE.UU. que se comprometió y subsidió la dictadura en Cairo y América es cordialmente odiada por los egipcios; EE.UU. y los gullah en Teherán no podrían estar más desconectados, y América es amada por los iraníes.
Cuando Ronald Reagan consideró a la Unión Soviética como un “imperio malvado”, los partisanos del compromiso de Occidente estaban horrorizados pero, a través de ese imperio del mal, el contar la verdad de Reagan trajo coraje a los disidentes y un surgimiento de esperanza a cientos de millones desesperados por escapar de los lazos de una sociedad impregnada de miedo. Acto seguido, Reagan no cesó de negociar con el Kremlin. Al mismo tiempo su administración alentó el conflicto de los -cada vez más disidentes soviéticos y de Europa oriental- con resultados que, comenzando con la caída del Muro de Berlín en 1989, sacudieron al mundo.
Es posible que hoy no haya ningún “Imperio del Mal” en el Medio Oriente actual, pero hay, dando vueltas, más que suficientes regímenes malvados. Es el tiempo de comenzar a deslegitimarlos. ¿Qué es lo que en verdad debe hacer un dictador para perder el respeto de la comunidad internacional o provocar una acción contra él?
Otro argumento insustancial es el que dice que “No es cuestión de enviar tropas”. Es cuestión de decir, no en voz baja sino bien alto y en los términos más claros posibles, que aquellos que violan los Derechos Humanos de su pueblo no serán nuestros socios en la construcción de un mundo seguro para los derechos de los hombres.
Puede ser necesario deliberar los pro y contra de comprometerse con un régimen dictatorial. Lo que sin duda no se necesita es deliberar sobre el compromiso con su pueblo.
Para aquellos millones que cruzan, o esperan hacerlo, la línea hacia la libertad, podemos enviarles un simple y emocionante mensaje de apoyo y solidaridad: Estamos con ustedes. Ningún dictador es representante legítimo de su pueblo. “Los derechos humanos” no son una frase para ser repetida, con cinismo, por los peores violadores del mundo, sentados en un grotesco mal llamado Consejo de Derechos Humanos, sino un criterio de decencia real y universal.
Estamos con ustedes. En este momento de claridad moral, cuando el mundo libre está siendo desafiado a dejar de hacerse el tonto con la tiranía, seguramente no es demasiado afirmar, a toda voz, las aspiraciones de los pueblos árabes y musulmanes de vivir en libertad, de elegir a sus propios gobiernos, para ser protegidos en su derecho al disenso, y ya no ser más gobernados por las armas.
Al menos, nosotros, que -para nosotros- no elegiríamos nada distinto, les debemos mucho a ellos y a nosotros mismos.
Natan Sharansky, ex prisionero político soviético, es presidente de la Agencia Judía y autor, recientemente, de “The Case for Democracy: The Power of Freedom to Overcome Tyranny and Terror".
THE NEW YORK TIMES
FUENTE: CIDIPAL-SHARANSKY-CLARIDAD MORAL-16/05/11
COMENTARIO:
¿Cuántas veces nos hemos preguntado qué hacen estos regímenes sanguinarios ocupando un asiento en la ONU y votando sobre Derechos Humanos cuando ellos son los primeros en violarlos? Nos seguimos preguntando ¿que hacen ahí?
El autor de este artículo sabe de qué habla, disidente ruso ahora israelí, conoce el tema y sabe qué sienten los que viven bajo gobiernos despóticos donde su única esperanza es el apoyo que pueden recibir desde afuera.
Y no es cuestión de mandar tropas sino de establecer claras diferencias entre gobiernos salvajes con su propia gente y los democráticos. ¿Cómo es posible que estemos aceptándolos como pares en organismos y comisiones de Derechos Humanos cuando sabemos que esos gobiernos los violan sistemáticamente en sus países? Y peor, se permita que voten en bloque contra Israel, el único país de Medio Oriente que los respeta.
Así vemos con incredulidad a gobiernos que pregonan los Derechos Humanos como banderas abrazándose con estos feroces tiranos delirantes, por razones de estado y conveniencias económicas, entonces sabemos que algo anda muy mal en este mundo y que nos están engañando como a imbéciles incapaces de ver la realidad.
Esta no debería ser sólo la "Primavera Árabe", debería ser el "Despertar de la ONU", que ni éstos, ni ningún gobierno que los suceda pueda seguir cometiendo tropelías con sus minorías, sus mujeres, y los movimientos políticos que tienen derecho a participar democráticamente en el manejo del estado, sin que haya algún tipo de sanción que pueda modificar esas prácticas aberrantes. Esa sería la "Primavera de Todos".
Hasta que esto no esté claro, la ONU seguirá siendo una patraña y los que han muerto y están siendo asesinados hoy, habrán entregado su vida en vano.
ANA
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