¿HABLARÁN WASHINGTON Y TEHERÁN CARA A CARA?
Treinta años de la Revolución Islámica en Irán
Por George Chaya
Si Nixon fue a Beijing y Reagan a Moscú, sería saludable ver a Obama en Teherán, y, que, por la vía diplomática, Irán renuncie al desarrollo nuclear y deje de financiar a Hamás y Hezbolá: sería un primer paso para normalizar las relaciones entre Estados Unidos e Irán, donde el deterioro social y la represión persisten.
DESDE QUE VIO LA LUZ treinta años atrás, la revolución islámica presenta aspectos tan diversos como disímiles. Existe unanimidad de criterios entre historiadores y analistas en que Jomeini logró para su Revolución el consenso más alto que se haya visto en la historia (más de un 18 por ciento del pueblo apoyó los postulados revolucionarios, recordemos que la francesa contó con aproximadamente el 7 por ciento de la población y la rusa con un porcentaje cercano al 11 por ciento). Así, la República Islámica de Irán se creó tras un referéndum nacional celebrado el 1 de abril de 1979. Otro referéndum, en diciembre del mismo año, aprobó la Constitución y confirmó a Jomeini como líder supremo de la nación.
“A pesar de la palabra revolución, los acontecimientos de 1979 han dado lugar a un régimen cuyo padre fundador denigraba la soberanía popular”. La Revolución Islámica es un evento que se define tanto por sus incongruencias y paradojas como por sus novedades y crueldades.
Durante febrero de 1979, ocurrieron eventos claves para la historia moderna iraní. Estos hechos cambiaron para siempre el tablero político del Oriente Medio. Fue un acontecimiento realmente histórico tanto en el escenario político nacional iraní, fundamentalmente en el plano religioso e islámico y con innegables repercusiones en el plano internacional, puesto que Irán pasó de ser un país que estaba sometido a una dictadura corrupta a un sistema teocrático basado en la fe del pueblo musulmán, de allí que dentro de Irán se considera a la revolución un triunfo tanto en el plano político como en el religioso, una victoria que permitió al pueblo iraní expresarse libremente en su deseo por establecer un sistema basado en los valores islámicos. Hay que destacar que este cambio se realizó de un una forma mas bien pacífica si consideran algunas revoluciones del pasado.
Ello fue algo realmente sorprendente, puesto que el poderío del que disponía el Islam era muy fuerte, contaba con todos los servicios de seguridad de su parte y el ejército del Sha se entregó mansamente sin presentar combate. De allí la frase acuñada por su líder el Ayatolá Jomeini en el sentido que La revolución islámica nacía de forma incruenta y como el resultado de los sacrificios de los mártires.
UN TUTOR ESPIRITUAL PARA LA POBLACIÓN
A pesar a pesar de la denominación popular de la palabra revolución, los acontecimientos de 1979, paradójicamente, han dado lugar a un régimen cuyo padre fundador, el ayatolá Ruhollah Jomeini, denigraba la soberanía popular asociando el término a una construcción lingüística colonial creado para socavar el concepto islámico de la umma (comunidad espiritual islámica).
“La mayor incongruencia de la revolución islámica iraní es que ha instaurado y creado un Estado cuya Constitución coloca el poder absoluto en manos de un hombre no elegido por el pueblo”.
Los conceptos sobre gobierno de la revolución Islámica desprecian la voluntad de la población y sostienen que aquélla está sometida a los dictados de la conciencia divina, tal y como fue articulado por el líder supremo.
En este sentido, el concepto de revolución islámica es una utopía democráticamente hablando y su concomitante idea de gobierno islámico (velayat-e faqih) o regla de los juristas es incompatible con el moderno ideal democrático de soberanía popular, pues el velayat-e faqih sostiene la necesidad de un tutor espiritual para la población. En otras palabras, las personas son, sujetos, no ciudadanos, lo cual inhibe a la ciudadanía de sus capacidades y sus derechos no sólo a exigir un nuevo contrato social emergente de la revolución, sino en cualquier aspecto que no esté relacionado con los preceptos del velayat-e-faqih.
Pero la mayor incongruencia de la revolución islámica iraní –observando las demás revoluciones modernas– es que ha instaurado un Estado cuya Constitución coloca el poder absoluto en manos de un hombre no elegido por el pueblo, sino por el Consejo del faqih (juristas), quienes lo eligen en base a políticas filosóficas que abrevan en una única concepción: la teocratita, y lo hacen basados en la divina e infinita sabiduría de Allah o Dios, quien se manifiesta a su vez para regir la vida de los ciudadanos a través de la sha’aria o mashrua, esto es, la Ley islámica.
EL FIN DE LA IDEOLOGÍA
“Esperar que Ahmadinejad y su entorno puedan generar una apertura es de altísima ingenuidad política por parte de quien lo piense”.
Muchos intelectuales musulmanes, tanto chiíes como suníes, manifestaron que la revolución islámica traía consigo el fin de la historia, o, al menos, el fin de la ideología, mientras otros celebraron que la afirmación de la democracia liberal era inevitable e irrevocable frente a los gobiernos teocráticos emergentes de este tipo de revoluciones. Pero el Ayatolá Jomeini luchó contra esta marea de la historia y, pese a todo, levantó un pseudo-Estado totalitario basado en los edictos divinos emanados de Dios, utilizando para ello el absolutismo de la sabiduría de la faqih (jurisprudencia religiosa).
Aunque, para muchos intelectuales musulmanes este aspecto de la revolución islámica traerá consigo su fin. Es en este aspecto en que Mahmoud Ahmadinejad y sus seguidores son señalados como ignorantes de los posibles resultados de sus acciones por la intelectualidad musulmana principalmente suní. También algunos clérigos chiíes sostienen que eso está mal, y que el presidente y quienes le apoyan son muy conscientes de que esta mal pero se mantienen indiferentes a ello.
En cualquier caso, esperar que Ahmadinejad y su entorno puedan generar una apertura es de altísima ingenuidad política. El presidente iraní es parte del problema y no de la solución, él ha sido la creación de la crisis por la que transita la revolución islámica a nivel local e internacional de forma rutinaria desde que fue elegido para el cargo en junio de 2005.
LOS POSTULADOS ORIGINALES
Se puede o no estar de acuerdo con los preceptos de la Revolución islámica, pero lo cierto es que la llegada al poder de Ahmadinejad ha distorsionado muchos de los aspectos del origen de esta Revolución.
“Ahmadineyad ha estado dispuesto a provocar las distintas crisis y su tendencia siempre fue estimular una mayor represión, lo cual es evidente desde tiempo atrás”.
Es innegable que a partir de la revolución, Irán ha sido eje de influencia en otros movimientos populares de diferentes partes del mundo. Mahmoud Ahmadineyad ha iniciado su particular campaña electoral de cara a los comicios presidenciales del próximo 12 de junio y tiene claro su argumento principal: el posicionamiento de la República Islámica como gran potencia en la zona y esos ha venido incentivando tras sus cuatro años al frente del Ejecutivo.
El dirigente ultraconservador ha dilapidado la imagen aperturista proyectada por el reformista Mohamed Khatami y ha seguido al pie de la letra el lema del ayatolá Jomeini. El eje de esta política es un equilibrio entre el conservadurismo más duro junto al aumento de la seguridad nacional, por un lado, y la extensión de la influencia iraní allí donde sea posible, especialmente en los países con comunidades chiíes, pero también en latitudes tan distantes como América Latina, donde ha encontrado gobiernos electos democráticamente pero que no se comportan observando las formas del juego de la democracia como Venezuela, Bolivia y Nicaragua por caso.
LA CULTURA URBANA, ENEMIGO DEL RÉGIMEN
“El principal enemigo de la Republica islámica de Irán es la cultura urbana en sus diversas manifestaciones que son interpretadas por el régimen como una seria amenaza”.
Ahmadineyad ha estado dispuesto a provocar las distintas crisis y su tendencia siempre fue estimular una mayor represión, lo cual es evidente desde tiempo atrás. El nombramiento en su momento de dos de sus ministros (Mostafa Pourmohammadi en Interior y Gholam-Hossein Mohseni-Ejeie, en Información) fue una clara y directa advertencia de que una vieja guardia de xenófobos atrapados en una paranoica visión del mundo estaba de regreso con un plan muy claro de venganza. En la década de 1990, grupos operativos de la seguridad interior y del ministerio de Información fueron los responsables de una serie de horribles asesinatos de los principales intelectuales, activistas y opositores políticos, como Dariush y Parvaneh Forouhar, como también de operaciones terroristas en distintas latitudes no sólo contra disidentes del régimen en el exilio, también contra objetivos judíos fuera del Estado de Israel.
Ahmadinejad no dispone de todo el poder en el Irán actual, la complejidad de la estructura de poder de la propia revolución islámica se lo impide y lo condiciona, pero cuenta con un apoyo considerable a partir de una coalición con algunas facciones como el Pasdaran (la guardia revolucionaria), los Basij (la milicia controlada por los guardias), los grupos suburbanos pobres de las clases campesinas (muy fanatizados) representados por la maddahs (cantores religiosos) y el siempre presente Ansar el Allah (los combatientes de Dios a cargo de reprimir la disidencia política y las manifestaciones). Para esta gama de fuerzas, el principal enemigo de la Republica islámica de Irán es la cultura urbana en sus diversas manifestaciones que son interpretadas por el régimen como una seria amenaza, tanto como el Estado de Israel.
A 30 años del cambio de gobierno en Irán que desembocó en la creación de la República Islámica queda en el camino una guerra fratricida con el régimen baazista iraquí con millones de muertos y mutilados y una fuerte represión interna que expone serios motivos de preocupación en relación con un abanico de violaciones a los derechos humanos que han persistido en estas tres décadas.
EL CONTEXTO DE LA REPRESIÓN
A pesar de las promesas del ayatolá Jomeini de que todos los iraníes serían libres, los últimos 30 años se han caracterizado por violaciones persistentes de los derechos humanos. La escalada de estas violaciones en los primeros años de la República Islámica disminuyó un tanto con el tiempo. La relajación limitada de las restricciones a la libertad de expresión durante el periodo de reforma bajo el mandato del ex presidente Khatami generó la esperanza en una mejora de la situación de los derechos humanos, aunque la situación siguió siendo precaria.
“La brutalidad con los opositores en el ámbito universitario expone que la fuerza oscurantista del régimen continúa existiendo bajo la rúbrica de la república islámica”.
Sin embargo, estas esperanzas han sido firmemente aplastadas desde la llegada al poder del presidente Mahmud Ahmadineyad. La impunidad, las detenciones arbitrarias, la tortura y otros malos tratos, así como el uso de la pena de muerte siguen vigentes en Irán. Algunos sectores de la sociedad (como las minorías étnicas) continúan sufriendo una discriminación generalizada, mientras que la situación de otros grupos sobre todo ciertas minorías religiosas (árabes, kurdos, azeríes, cristianos, judíos y bahaíes) son perseguidos de forma cruenta. Las personas que se considera discrepan de las políticas oficiales sufren severas restricciones de sus derechos, especialmente los referidos a la libertad de creencias, expresión, asociación y reunión. La mujer sigue estando discriminada, tanto en la ley como en la práctica. La impunidad por abusos contra los derechos humanos es generalizada, aunque la mayoría de los iraníes se sienten orgullosos de su independencia de potencias extranjeras.
Este escenario pone de manifiesto la debilidad y la fortaleza del régimen. Se aprecia un esfuerzo desesperado por detener el tiempo, volver a la época pre-reformista y demostrar a los iraníes que (como dice una frase popular farsi) la puerta siempre es giratoria. Al mismo tiempo, la brutalidad con los opositores en el ámbito universitario expone que la fuerza oscurantista del régimen continúa existiendo bajo la rúbrica de la república islámica, por lo que muchos iraníes querrían ver y disfrutar de más democracia y mayores libertades personales, a pesar que corean los usuales cánticos de muerte a Estados Unidos y muerte a Israel.
PUNTO DE INFLEXIÓN
En otras palabras, treinta años después del regreso del ayatolá Jomeini y la instauración de la revolución iraní, no hay dudas que este evento ha sido uno de los acontecimientos mundiales centrales de la última etapa del siglo XX. Aunque los preceptos originales de una revolución que derrocó a un régimen corrupto y represivo y desencadenó una devastadora crisis de petróleo en la economía mundial inspirada en un nuevo estilo de fundamentalismo religioso ya no tiene el mismo ímpetu ni la misma autoridad moral de sus orígenes contra la corrupción. El estancamiento y deterioro social, la brutalidad y la desmedida represión todavía hoy perdura.
“Descartada la diplomacia, la opción final sería apocalíptica para la Revolución Islámica”.
Pareciera ser que la revolución islámica sólo ha encarnado un punto de inflexión en la historia de las relaciones entre Occidente y el Oriente, y desde luego, entre Estados Unidos y el mundo islámico.
Es claro que la historia de las relaciones americano-iraníes, de amplia repercusión (para mal) en todo occidente, podría haber sido mucho menos tortuosa. Y si bien nadie puede borrar el historial de tres décadas de hostilidad, el advenimiento de una nueva administración en Washington ofrece motivos para la esperanza. Tres décadas después, es hora de enterrar el amargo legado de la revolución y la crisis de los rehenes.
Si Nixon fue a Beijing y Reagan a Moscú, seria saludable también ver la imagen del presidente Obama en Teherán, y, que a través de la opción de la diplomacia el régimen iraní renuncie a su ambición de desarrollo nuclear, deje de financiar a grupos terroristas regionales (Hezbolá, Hamas y Jihad Islámica) y adecúe su lenguaje cuando se refiera sus vecinos regionales: ello le permitirá reinsertarse exitosamente en la comunidad internacional.
Descartada la diplomacia, la opción final sería apocalíptica para la Revolución Islámica, pues lleva en si misma un curso de colisión inevitable que no será positivo para la región ni para el mundo, y abre interrogantes muy serios sobre su propia supervivencia.
FUENTE: SAFE DEMOCRACY
11/02/09
COMENTARIO:
Si no sabemos de qué se trata Irán en la actualidad es imposible entender lo que está pasando en el plano internacional. Este artículo, una excelente síntesis de la problemática mundial donde Irán se ubica en el polo opuesto al resto de los países democráticos, nos enseña dónde está el problema. En cualquier gobierno democrático se elige a sus gobernantes de acuerdo a sus propuestas políticas, Irán se rige por la Sharía y los elegidos para gobernar se limitan fundamentalmente a cumplir las leyes que provienen de ella, todo lo demás está sujeto a sus preceptos. Cuando se habla de moderados o fanáticos son matices de una única fuente que no encaja con la modernidad, el progreso y el respeto por los derechos humanos, entre esos opuestos será el diálogo que quizá pronto presenciaremos. Con esta prevención deberíamos interpretar los resultados de la diplomacia como medio para resolver los antagonismos que ya se han hecho sentir en todos lados.
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